El Viejo y las Letras
A veces se preguntaba si el rugir de las olas le inspiraría más o le susurraría la brisa marina las palabras que a veces le faltaban al viejo para completar sus historias. Pero lejos de toda imaginación no se lamentaba, le agradaban las noches en las que cantaban las sirenas, no de lagos encantados, sino de ambulancias que a toda prisa cruzaban la avenida. Le encandilaban las sombras de su habitación que cruzaban a toda la velocidad la pared al ritmo del tráfico que rugía en la calzada y el polvo de los talleres que trepaba por la fachada de su inmueble le recordaba cuando empezaba y finalizaba la jornada laboral.
El viejo apenas cruzaba el umbral de su hogar, permanecía tanto tiempo bajo techo que su piel era traslúcida, tanto que daba la sensación de que si le tocabas podría derretirse como si fuese un copo de nieve. Pasaba horas sin dormir, pues tenía una extraña obsesión acompañada de un increíble talento. Su obsesión consistía en aprovechar su don para cambiarle la vida a alguien, y ese don era el de la escritura, pero una gran adversidad frenaba todos los sueños del viejo pensador que era incapaz de dejar por escrito cualquiera de estas ideas. Las historias se formaban en su cabeza, entraban y salían de manera casi palpable pero mezcladas con el humo de los talleres que venía de la calle se perdían en el infinito sin dejar rastro. Eran historias magnificas, de personajes fantásticos pero también reales, de sueños cumplidos y útiles moralejas que podrían cambiar el destino de cualquiera, pero que por desgracia jamás verían la luz, pues su memoria alcanzaba pocos minutos y no contaba con ningún instrumento que le permitiera dejar constancia de todo aquello que por su mente pasaba.
Una noche, extasiado el viejo pensador, maldijo entre las sombras deseando poder dejar por escrito, aunque fuera una sola vez alguna de estas grandes ideas. Tal fue su llanto atronador que resonó en las mismas entrañas de la tierra haciendo que la propia muerte escuchara sus suplicas.
El viejo pensador, que tal pesar llevaba encima cayó rendido en el sueño más profundo que jamás había tenido con tal atino que a la mañana siguiente toda una algarama de precisas palabras conformaron la mejor historia que hasta entonces había tenido. Saltó de la cama con la ilusión pintada en el rostro cuando de repente esa ilusión se desvaneció por completo dando paso a una expresión de tristeza que bien habia llorar a las propias ninfas. Sabía que pronto olvidaría aquellas palabras y no tendría ninguna opción de dejarlas por escrito. Entonces, giro la cabeza hacia la derecha y allí, en aquel viejo rincón al que llevaba años sin dar uso, en aquel viejo rincón donde un día hubo una mesa de trabajo, encontró como por arte de magia una espléndida máquina de de escribir, se trataba de una Olivetti, una autentica herramienta de escritura, muy similar a la que usaba de joven, cuando su memoria aun le daba resultados. Hoy por hoy no habría sido capaz de recordar ni qué necesitaba para cumplir su sueño.
Sin dudarlo echó mano a la silla más cercana, y se propuso a teclear en aquel impoluto instrumento, pero su piel se erizó como jamás lo había hecho y un gélido suspiro le paralizó las manos que oxidadas por el paso de los años estaban apunto de arrancar de nuevo. Allí estaba ella, de enorme envergadura y rostro alargado, su figura no proyectaba sombra alguna en el pavimento de aquel hogar, y provocaba en el joven pensador una sensación de pavor y amargura.
<<¿Qué estás buscando aquí? ¿A quién has venido a buscar?>> , consiguió titubear entre dientes el viejo. <<Soy la muerte, por supuesto, y anoche creo que solicitaste algo como lo que estás a punto de usar, tan sólo vine a advertirte. Tienes dos opciones, puedes dejar por escrito tu preciosa historia, de manera que pasarás a pertenecerme, o, no usarla y olvidar, una vez más, todo lo que has creado>>. El viejo seguía titubeando, sin saber muy bien que respuesta ofrecerle a la muerte. <<No es necesario que tomes ya la decisión, tienes todo el día para pensarlo. Volveré a las 12. >> Y sin más, desapareció.
El viejo pensó que tenía mucho menos tiempo, pues su memoria borraría de un plumazo sus ideas en pocos minutos, sin saber que la muerte tenia cierta predilección por los escritores con talento y retendría sus pensamientos hasta la hora marcada.
Un largo debate sse dispuso en la conciencia del hombre, su talento, al menos una vez aprovechado podría cambiar la vida de muchas personas, ¿Era justo salvar la suya propia y desperdiciar el don que tenía?
Las horas parecían días enteros y el ruido constante de repente parecía haber cesado para dejarle la mente clara y tomar la mejor decisión posible. Y así, pensando que actuaba de la manera más correcta, tomó asiento en su viejo rincón donde solía trabajar para retomar lo que alguna vez fue su profesión.
Sólo había rozado con el dedo indice lo que sería la primera letra de su escrito cuando de nuevo la misma sensación de agonía se apoderó de su cuerpo y supo que ella ya había llegado. Veo que has tomado una decisión, le dijo. A lo que él le contestó que estaba totalmente seguro de aquello que estaba a punto de hacer a sabiendas de que su historia transcendería mucho más que su vida, la muerte sorprendida, comprendió, y observando como el escritor componía su obra esperó al momento exacto. Antes de que este fuera capaz de escribir la ultima palabra de su ansiado texto, tras un chasquido de dedos de la también vieja muerte, éste se desvaneció lentamente no para desaparecer sin más sino para fundirse con la cinta de tinta de su maquina de escribir. Y así, de esa manera pasó a formar parte real de su más preciado legado, pues una parte de él se encontraba en la última palabra de su historia: siempre.
