Esperando a que el tiempo pase


Esperando a que algo pase, lo único que pasa es el tiempo 


En un pequeño café, de esos en los que te sientas en una mesa de madera con patas forjadas en ornamentadas florituras, y observas con la mirada perdida ese grisáceo paisaje de soñadores diurnos deambulando por las calles de una abarrotada ciudad esperaba a que... no se ni a que estaba esperando, cuando empecé a pensar en la ignorancia del hombre frente al valor del tiempo. Tiene un valor excepcionalmente incalculable y lo derrochamos de las maneras más desgarradoras. No somos conscientes de la cantidad de tiempo que nos pasamos esperado a que algo suceda.

Esperamos a que lleguen esas fabulosas vacaciones, esperamos a que llegue esa persona especial, esperamos al sábado noche o simplemente esperamos a que nos sirvan ese café. Cuando realmente empleamos tanto tiempo en esperar a que esos momentos lleguen que no nos damos cuenta de que inconscientemente restamos importancia a una barbaridad de hechos que ocurren día a día, hora a hora, minuto a minuto.

A partir de esta reflexión, decidí cambiar mi perspectiva, mi enfoque personal hacia este mundo que tantas sorpresas nos tiene preparadas, y me paré a pensar, o más bien, a observar todo lo que había a mi alrededor. Busqué sorprenderme de cada cosa como si fuera la primera vez que lo veía, o mejor aún, como si pudiera ser la última vez. 


 La inmensidad del universo sobre mi cabeza, las estrellas cuando vas a un pueblo alejado de esos que todavía no tienen polución, la sensación de que el universo puede no tener fin y sentirte tan pequeño pero tan afortunado de formar parte de algo infinito. Todas estas sensaciones empezaron a hacerme grande por dentro, a darme la impresión de que cada vez que respiraba profundo cabía más aire en mis pulmones. Creo, que este efecto físico es lo que llamamos gratitud.

Mi relación con las personas cambió también, empecé a sentir agradecimiento por cada gesto amable, por cada caricia de alguien querido, por cada instante con esas personas consideradas pequeños haces de luz que iluminan mis vacíos. Exprimí segundos al máximo, valoré cada consejo, cada lágrima de felicidad y cada sonrisa.

De esta manera, dejé de esperar, dejé de esperar por las personas, si las necesitaba no perdía el tiempo, e iba en su búsqueda, si venían sin ser llamadas, disfrutaba de lo que el destino tenía preparado para mí. Dejé de esperar, y empecé a actuar, a buscar aquello que me hacía feliz, a buscar mis propias metas y a disfrutar de conseguirlas. Dejé de mirar el reloj, pero no olvidé que era lo más importante que tenía, mi tiempo. Porque el tiempo se acaba y no hay manera de recuperarlo. Y así, sorprendiéndome por las pequeñas pero excepcionales cosas que tenía a mi alrededor conseguí tener una vida llena de sensaciones, porque hay que sentir, hay que sentirlo todo, pues esperando a que algo pase, lo único que pasa, es el tiempo.

"Hay dos clases de escritores geniales: los que piensan y los que hacen pensar". Joseph Roux
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